Una mesa para llevar | Acento

2022-09-17 05:51:05 By : Mr. Fengxin Yan

Por Manuel Iñaki Leal Belausteguigoitia 10-06-2022 00:04

Al salir de la biblioteca choqué de lleno con una mesa de ping pong. La había visto al llegar y, aunque se me hizo raro, no le puse atención pues pensé que se trataba de alguna promoción de esa bebida «ubicua y refrescante». Alrededor de ella había varios jóvenes jugando, no con las típicas raquetas sino pateando una pelota de fútbol. Lo peor fue que uno se me acercó para invitarme a probar ese dizque nuevo deporte, al que llamaban teqball.

Por supuesto que intenté escabullirme con amabilidad: «Y si se rompen mis lentes, son los únicos que tengo», dije sin mentir. A esa hora de la tarde el sol pegaba con fuerza en la explanada de la Alianza Francesa (donde estaba la biblioteca), «Con este calorón, lo civilizado sería esconderse en el fondo de un bar», insistí sin convencerlo…

Total que una chica me retó amigablemente a que pasara el balón al otro lado de la mesa, que no era recta sino de forma curva, como la cima de una colina cortada en dos por una red de acero. Dejé la mochila por allí y le pegué a la de gajos, como decían los locutores de antes, esta cayó lejos su superficie, repetimos la operación tres, cuatro, cinco veces, con idéntico resultado.

Mientras tanto, el otro chico me comentaba que, además, este deporte es muy común entre aquellos que tienen alguna discapacidad física y, en efecto; pegados a la pared, intentando en vano agarrar un cacho de sombra, había otros dos jugadores, con sendas prótesis de titanio.

El que hablaba comentó que habría una conferencia más tarde donde presentarían el teqball en sociedad. Ellos narrarán sus accidentes, dijo cortejando mi morbo. Pensé en una playa infestada de tiburones, en motos que pierden el control, en algún pirata de leyenda… Inclusive, si organizaba mi club o mi equipo me regalarían una mesota. «¿Y el balón?», le pregunté como si de veras me interesara…

Días más tarde, en uno de los parques más concurridos de aquí,  vi de nuevo esas mesas y sí, la gente se divertía cabeceando, dominando el balón con el pie y luego de dos o tres toques lo mandaban del otro lado.

Después supe que en esto del new sport estaba metido un personaje que se había hecho rico, por no decir millonario, gracias a su habilidad para producir «contenido para adultos» en línea. Su nombre es Györy Gattyán y como ahora la culpa lo carcome (quizás los videos eran malos y nada originales: el repartidor que llega con una pizza a la casa de la chica tímida, pero de senos gigantes…) promueve y patrocina acciones altruistas y deportivas.

Además, el tal György tuvo sus problemas con el fisco húngaro, que le pinchó los teléfonos para comprobar que no pagaba sus impuestos. Imagino que dichas prácticas eran comunes cuando el país estaba detrás de la cortina de hierro, pero fueron desestimadas por un juez y así evitó multas y recargos.

¿Por eso prefirió trasladar sus oficinas a Los Ángeles (¿la capital del porno?) y a Luxemburgo (¿la del aburrimiento?)? Al parecer, en su emporio, el grupo Docler, emplea a más de mil personas regadas por cinco países. ¿Les pagará bien?, ¿tendrán descuento en la página no apta para niños?, ¿los trabajadores pueden jugar al teqball durante sus pausas?

Realmente no sé si este personaje si es apreciado o no, si se le reprocha que su fortuna provenga de un pasatiempo, digámoslo envueltos en la sotana inquisitoria, «pecaminoso».

De acuerdo con su currículum, en febrero de 2015 participó en un desayuno en Estados Unidos, junto a Barak Obama, que entonces vivía en la Casa Blanca, y el Dalai Lama. Dichos actos suelen tener fines caritativos y los huevos al gusto, café, jugo y pan, que comen rondan los diez, veinte o cien mil dólares…

Asimismo, sé que en diciembre pasado formó el partido político Movimiento de la Solución (Megoldás Mozgalom) para competir contra el eterno Viktor Orban, primer ministro que regentea este país desde 2010, y que en otro arrebato extraño compró la universidad en la que había estudiado, que de alma mater pasó a pater filis o como se diga. No me imagino a Míster Gates sacando la chequera para hacerse con los auditorios de Harvard, pero los ricos son caprichosos y creen que todo lo merecen, desde poseer twitter hasta viajar a la luna…

Tampoco sé cómo una actividad novedosa  se vuelve popular. Sospecho que los que la practican deben sentir cierta emoción, algunas ganas de ganar (si se me permite la frase hecha) o por lo menos deseos de competir, de divertirse. La gente y el tiempo tendrán la respuesta, pregona el lugar común.

Concluyo con una última pregunta ociosa. El escritor Juan José Arreola era un apasionado del ping pong, a tal grado que el mueble más imponente de su casa era la mesa donde brincaban las pelotitas de celuloide. ¿Qué hubiera hecho si le hubieran propuesto cambiar los raquetazos por las patadas?. Sin duda, hubiera mandado la bola a un rincón inalcanzable de la mesa y luego habría pedido que se la envolvieran para llevar…

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